“Mis males no hay mortal que pueda soportarlos, solamente yo!” El grito de Agamenon estremece. Y advierte a los ciudadanos que para soportar el dolor de la ceguera hay que ser un héroe. Preferirá haber muerto, y considera maldito a quien le arrastró para salvarle.
Nada es gratuito. Especialmente la representación de los gritos trágicos de la dramaturgia griega. Gemma López, directora del Museo de la Escena Grecolatina, ubicado en la Casa dels Berenguer, de Sagunto, nos propuso un conjunto de lecturas dramatizadas de diferentes personajes masculinos de la tragedia griega.
¿Por qué textos trágicos? ¿Por qué sólo intervenciones de personajes masculinos? ¿Por qué el menosprecio de la mujer en las intervenciones de Jasón, Hipólito y Edipo? No haremos interpretaciones banales. La tragedia es solemne, la literatura griega prefiere a los héroes masculinos, hombres vueltos anthropos por esa su mítica y soberana capacidad de dar acción al entramado que a dioses y hombres une. El menosprecio desautoriza a quien lo practica.
Y, sin embargo, hay un mensaje que no podemos eludir. Agamenón califica su situación como la de quien se encuentra ante una estrecha encrucijada y tiene que decidir su camino.
En nuestra reflexión sobre la identidad de Sagunto, advertimos su condición de encrucijada de multitud de culturas, a lo largo de toda su historia. Y hoy es patente la manifestación de la fusión, que se sucede en los escenarios domésticos, en los colectivos culturales, en las ofertas gastronómicas, en las manifestaciones festivas, en el habla y en la imagen.
Una fusión que se manifiesta en multitud de ámbitos de nuestra relaciones socio-culturales y económicas, y que sin entrar en el terreno de las emociones ni de los sentimientos identitarios, sabemos que no son congénitos sino el resultado de una construcción cultural y de unos condicionantes sociales.
Sagunto es hija de la fusión, y como dice el filósofo Gustavo Bueno: las formas de nombrar condicionan las formas de pensar. Por ello, es ineludibles que definamos los conceptos y variables básicas que configuran nuestra identidad, la que debemos seguir consgtruyendo, sin trampas. Un empeño en el que la reputación tiene que ser consecuente con la conciencia.
Y, por tanto, no busquemos el refugio en la ambigüedad. Porque no podemos pretender salir de un falso atolladero hablando de la calidad ambivalente de nuestra identidad. No hay límites geográficos que condicionen la identidad cultural de un territorio. No, en un mundo global.
Y esa es la gran virtud de esta tierra a la que queremos inteligente y creativa, su condición extraordinaria de hija de la fusión de culturas, desde la ibérica y edetana, pasando por la grecolatina, la hispanica y mediterranea, hasta alcanzar desde su dimensión como valenciana, a ser crisol de la presencia de vascos, cántabros y asturianos, castellano-leoneses y manchegos, aragoneses y andaluces, en una primera fase, y en una segunda, incorporando los acentos de europeos, asiáticos y africanos.
Sin fatalismos, aceptemos que el esfuerzo nunca nos hará dioses como gritaba Píndaro en Nemea:
Una sola es la raza de los hombres y de los dioses;
el aliento de ambos procede de una única madre, mas nos separa el distinto reparto de todos los poderes, pues nada somos los unos, mientras que el cielo broncíneo permanece eternamente como sede firme de aquellos.
Pero no esperemos que sean los dioses o los reyes, hoy transformados en poderes fácticos, quienes nos construyan el mundo que queremos habitar.
Aprendamos a componer un nuevo estilo de vida desde el compromiso con el ser humano, el héroe nuestro de cada día, en el patio, la calle y la plaza. Y abandonemos el lamento trágico y el llanto, para dar paso a la palabra compartida.
